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UNA AUSENCIA CON PRESENCIA ETERNA

  • Por Diario Objetivo
  • 04/05/2020
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Por César González Guerrero

En mi tierra Copala, una pequeña comunidad eminentemente rural de la Costa Chica, hasta el año 1975, muy escasas familias acostumbraban las celebraciones o festejos de cumpleaños; al menos en nuestra familia no se hacían, no recuerdo alguna fiesta en nuestra casa con ese motivo.

Así sucedió con mi padre Santa Cruz González Cortés; prácticamente fue hasta el año 1978 cuando empezamos a conmemorar su cumpleaños en familia, con una modesta reunión en nuestro domicilio, sin invitados. Por diversas causas, lamentablemente no todos los años convivimos en su onomástico, fueron muy pocos, quizá porque ya estábamos trabajando fuera de Copala y las responsabilidades no nos permitieron. Con mi madre Cohinta Guerrero Aparicio, gracias al 10 de mayo y a nuestros maestros fue diferente, hubo oportunidad de agasajarla cada año, en ocasión del Día de la Madre.

Es por ello que, por primera y única vez, sus hijos Javier, Delta, Yolanda, Octavio, Amadita, Nerida y su servidor, decidimos en familia llevar a cabo una convivencia con motivo de cumplir sus 80 años de vida en mayo del 2007, con la asistencia de más de 500 familiares y amistades. En ese tiempo como ahora, debido a la contingencia de la influenza, las autoridades no nos permitieron celebrarlo el día 3de mayo y se llevó a cabo el día 17.

Hoy, este 3 de mayo del 2020, mi padre estaría cumpliendo 91 años y esta fecha no pasa desapercibida para nosotros y para quienes lo trataron y conocieron, a ellos reiteramos nuestro agradecimiento amplio por el aprecio y estima que le otorgaron en vida, y después de su fallecimiento, a mi padre.

Hoy, como todos los hijos e hijas lo hacen con sus padres vivos o fallecidos, con mucho orgullo, honramos su memoria en la  eternidad, recordando y compartiendo uno de tantos detalles que aún persisten en nuestra mente.

Mi Padre Santa Cruz González Cortés nació un 3 de mayo del año 1929 y falleció el 6 de septiembre del 2013, justamente a los 84 años de edad con 4 meses. Como lo decidió en vida, murió tranquilo en su casa, en su cama y el familia. Como es la costumbre en mi tierra Copala, y tal vez en otros pueblos, algunos así lo piden antes de morir. También pidió ser enterrado con su gente y así se cumplió. Para mí y también para la familia esta fecha es inolvidable y evocamos su memoria con el mismo respeto y emoción de siempre.

No recuerdo mucho como fue mi padre cuando yo era un niño. Pero si conservo su imagen de un hombre fuerte, fornido y formal. Al menos a mis 7 años, aproximadamente, cuando ya estábamos estudiando el segundo año de Primaria, junto con mi hermano, saliendo de la escuela, después de las 12 del día, teníamos que alcanzarlo en su terreno del arroyo «el cuatete», ubicado en la comunidad el carrizo, para apoyarlo a sembrar y a regar la palmeras que hoy disfrutamos, en otras ocasiones, sembrar y regar las matas de plátano, también chile, jitomates, arroz, maíz, etc.

Todos los días de la semana, desde las 7 de la mañana, de lunes a viernes, mientras mi madre los preparaba para ir a las clases, mi padre se preparaba para trasladarse, en un inicio «a pie » y años más tarde en su yegua «retinta», a su terreno, a 3 kilómetros de distancia. A nosotros nos dejaba un burrito para que nos llevara y regresara, aunque al paso de los años, ya logramos andar en nuestro caballo «rosillo». Los días sábados los tres hacíamos el trabajo, de manera muy coordinada, yo como el menor hacia los trabajos menos pesados. Los domingos lo dedicábamos a ir a traer leña, o medio descansar y jugar. Entre semana solo era estudiar y trabajar.

Todas las noches, después de trabajar las tierras, a la luz de un «candil» no padre nos apoyaba utilizando semillas de maíz o de frijol para hacer operaciones de matemáticas, como sumas, restas y multiplicaciones. Mi padre, a pesar de que solo llego a estudiar el segundo año de primaria era muy inteligente. Su escritura y redacción, su lectura y comprensión fueron de primer nivel.  Mucho o mejor dicho todo lo que somos es gracias a su visión de padre. Por ello no lo olvidaremos jamás. Su ausencia física está presente en la eternidad.

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