Editorial
Con mucha frecuencia nos pega la insensatez, tal vez por la prisa en dar una opinión, tal vez por la falta de preparación para hacerlo, tal vez porque no aprendemos. Llevamos días confrontándonos por las ejecuciones de una enfermera y un odontólogo en Tixtla, como si se tratara de acomodar a las víctimas de violencia en una fila de prioridades. Todos los muertos duelen igual, todos deberían doler igual. Parece francamente estúpido querer mostrar que nuestros muertos son más dolorosos que los de ellos o que los causados por el Ejército y la delincuencia organizada en Iguala en 2014 con los 43 normalistas. Quejémonos de todas las injusticias, las de Ayotzinapa y las de París, las de Tlataya y las de Siria. No juguemos a ser Dios para establecer juicios con la muerte, no hagamos el juego a los delincuentes afiliándonos al lado de los vengadores debido a nuestros resentimientos pasados, no vivamos celebrando la imbecilidad en el campo ajeno. Ni mis muertos ni tus muertos: nuestros muertos. Ni tus injusticias ni las mías, sino la idiotez humana, que repite en la destrucción respuestas que siempre han sido fallidas.