Editorial
En México, en teoría, no se cuenta con licencia para matar, aunque en la práctica lo vemos en los múltiples asesinatos a todo tipo de personajes y delincuentes. Tampoco hay licencias para robar, pero en la realidad, los robos se dan en todas sus variantes y son el pan de cada día. Los denominan y distorsionan intencionalmente con nombres diversos y suaves, como peculado, desviación, tráfico de influencias, etcétera, cuyo significado auténtico es el brutal robo de recursos públicos a lo largo y ancho de nuestro País, sin piedad y sin licencia formal por “servidores” públicos. Es decir, por sinvergüenzas que aprovechan sus puestos en la Administración pública y generan pobreza y caos. Por ello da pena seguir escuchando hablar de amor por México y que, si les dan la oportunidad nuevamente lo harán mejor, esos a quienes por su avaricia han perdido la autoridad moral para esgrimir ese discurso. Causan sorpresa los “defensores de la verdad” que aprendieron a esconder lo que no les conviene, aun cuando eso sea la verdad. Pero no cabe duda que el bien tiene sus caminos inescrutables y la verdad no puede ser manipulada por siempre.