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LA ALIMENTACIÓN CAMPESINA

  • Por Diario Objetivo
  • 03/03/2022
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Por César González Guerrero

Todos los seres vivos, inclusive la Flora y la Fauna, y más el ser humano desde su gestación requieren del consumo de alimentos y nutrientes para sobrevivir en la tierra. Así como las plantas y animales salvajes el hombre, genéricamente hablando, requieren del aire, sol, agua, etc., desde el inicio del ciclo de la vida.

Sin duda la naturaleza es muy generosa y provee de todo lo necesario para vivir sanamente. Por ello es muy importante que las nuevas generaciones conozcan y valoren este proceso de desarrollo natural, principalmente del ser humano como la especie que reúne varias características indispensables para salvaguardar y coadyuvar la convivencia humana de manera equilibrada y razonable, tratando de conservar el medio en que vivimos de manera saludable, evitando, en la medida de lo posible, colapsar todo lo que disfrutamos en vida.

Una de las cuestiones básicas del ser humano, en este caso, es la alimentación que las familias en todas sus categorías, tienen que atender de manera prioritaria.

En esta ocasión es importante recordar cómo nuestros padres campesinos, en las épocas más difíciles de los años anteriores a 1980, en algunos pueblos de la Costa Chica como es el caso de Copala, nos alimentaron de manera muy humilde y sencilla, con una dieta diaria que la mayoría, hasta esta fecha disfrutamos de esa fortaleza física en el campo y la ciudad. Todo ello gracias a la alimentación que modestamente nos proporcionaron desde nuestra infancia.

Quienes tuvimos la oportunidad de nacer en el área en que predominaba la mayoría de la población rural, fuimos alimentados con: frijol, chile, arroz, memelas (hoy tortillas), agua de los ríos o manantiales, y algunos quizá pudieron consumir huevos y carne de gallina de rancho, carne de cuche (hoy puerco), carne de vaca (hoy res), etcétera. Otros solamente pudieron consumir animales como iguana, armadillo, pescado, etc.

Como se podrá observar la alimentación fue muy variada, pero todo en función del lugar en que radicaba la familia.

En nuestro caso, y tal vez el de muchos más, en nuestra infancia disfrutamos de los frijoles (machucau) o apozonques, chile machucau, memela «doblada» «seca» o «mojada con sal», en muchas ocasiones «recalentadas» en las brasas. Cómo olvidar también las ricas memelas de manteca acompañadas de una taza con café caliente, así como el inolvidable «Biuche» con plátano macho («largo») y el caldo de vaca, pansa, pescado y mole de cuche con una bola de plátano macho, el frijol con carne con arroz blanco, y otra vez el infaltable mole de cuche con arroz blanco, etc., etc.

Algunas veces disfrutamos de los inolvidables «burritos» y «machucos» (memela con queso y memela con caldo de frijol), la memela «migada» (memela con leche), el rico Guatumbo (calabaza con semillas de maíz); y de postres: los mangos y coacoyules en coserva, etc.

No nos faltaba en la dieta campesina el café con agua «chirría», un sin fin de atoles: atole blanco con panocha (hoy llamado piloncillo), de piña, mango, coco, plátano, ciruela, etc.

También como golosinas consumimos las sabrosas «charambuscas», y dulces como los llamados «quiebramuelas», «chiclosos», etc.

Quizá porque nuestra infancia campesina fue, y tal vez siga en algunos pueblos, una etapa sin prejuicios ni exigencias, solo consumimos lo que estaba a nuestro alcance económico.

Nada de lo que actualmente se ofrece en las tiendas pequeñas y grandes, en esta sociedad consumista y agitada.

No cabe duda que la calidad de la alimentación de antes y ahora, no tienen ninguna comparación. Fue mejor la alimentación de aquellos tiempos. Al menos eso creo yo…

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