Editorial
La corrupción es una característica que ha definido a nuestras autoridades en la pobre y triste historia de nuestra nación. Ciertamente la corrupción no es un vicio solitario, requiere de la dupla corrupto-corruptor; ésta sólo se da si existe la posibilidad de que el costo-beneficio de obtener algo supere el riesgo de negociar, que le sería incosteable sin la existencia del corrupto. En el caso del Gobierno, generalmente es una situación de chantaje: pagas y pecas o tienes sanción y frustración, lo que motiva la inmoral negociación. Esgrimir la inseguridad para ser omisos y no declarar la Ley 3de3 parece infundado, ya que es notorio que los funcionarios pertenecen a una élite que percibe (no necesariamente devenga) cantidades imposibles de ocultar, con o sin una declaración.