Editorial
Ahora que se acercan las fiestas patronales en algunos municipios de tradición arraigada como Mochitlán y Zumpango, nuevamente viene a flote el debate por la tortura de toros y vacas. Éstas han pasado a formar parte de una discusión cultural, política y ética que hacen dudar sobre la moralidad de esta actividad. El eterno debate sobre esta práctica se remonta hasta la conquista y continúa hasta el presente, utilizando como principal oposición la defensa de los derechos de los animales. Por distintos factores, como lo culturales y económicos, difícilmente se puede llegar a un acuerdo común. Los que defienden «su tradición» de la tortura y sacrificio de vacas y toros alegan que las tradiciones a sus imágenes religiosas no tendrían ningún sentido sin estos actos. Sin generar más polémica, no debemos olvidar que nosotros somos seres vivos con capacidades distintas a las de un animal y no debemos tomar ventaja de esto para dañar a otros seres.