Por César González Guerrero
Tal vez algunas y algunos miembros de nuestra generación (se dice de los sesentas) recuerden cómo nuestros Padres desde el hogar y en el surco, nos enseñaron las matemáticas de una forma muy práctica y sencilla, sin tantos libros y fórmulas que a la fecha no somos muy afectos a estudiar esta importante materia. Es una asignatura que en ocasiones causaba y creo sigue causando pavor el solo hecho de pensar que debemos cursar desde la Primaria. Quizá por ello varios optaron por una carrera en la cual no se llevará esta materia. Tarde se dieron cuenta que las matemáticas son parte fundamental para cualquier profesión. Son una excelente herramienta de trabajo profesional.
Recuerdo que desde los 5 o 6 años de edad, cuando mi padre Santa Cruz González Cortes (QEPD) se dedicaba a la compraventa de animales para el consumo humano como tablajero en el mercado de Copala, como puercos y reses, antes de ingresar a la Primaria, nos llevaba en las madrugadas o noches a mi hermano Javier y su servidor, a la compra de “coches” (marranos) a las comunidades y barrios de Copala, para apoyar desde la “correteada” y “agarrada”, colocar “gamarras”, “guindar” la “romana” y “pesarlos”, utilizando el histórico “pilón” en la cantidad que se estimaba el peso del marrano, arriba de los 50 kilos. Por supuesto es inolvidable” la “arriada” de “coches” que a pesar de estar “manganeados”, luchaban por regresar a sus terrenos. Ahí nos ordenaba mi padre “sacar” la cuenta de cuánto se iba a pagar por esa compra, utilizando como cuaderno el piso de tierra y una “varita” que servía como lápiz. Ahí nos decía, por ejemplo: “saquen la cuenta, si pesó 50 kilos a 4 pesos, cuanto debo pagar… Ya con el resultado revisaba la cuenta y confirmaba si era verídico. Así empezamos a aprender a sumar, restar y multiplicar. Hasta comprobar.
Otro ejemplo fue en la compra-venta de la “copra”, con la misma “romana” y el “pilón”, se pesaban los famosos “guangoches” o “costales” repletos de coco seco, solo que ahí se utilizaba el término de “arroba”, que se media en 11.5 kilos.
También utilizamos las matemáticas cuando vendíamos el “elote” por “almu” que constaba o sigue constando de 100 elotes o bien por una “mano” que eran o siguen siendo 5 elotes; así mismo con la compraventa del maíz por “litro”, “cuartillo” o “anega” (“fanega”) que por cierto esta última constaba o consta de 48 litros. De igual forma al comprar o vender la “gruesa” de coco, equivalente a 72 pares de coco en “bola” (o sea 144 cocos); de esa manera, muy práctica, aprendimos a contabilizar cualquier operación matemática. Por supuesto que muy pocos fuimos y somos los afortunados. Eso no se enseña en la escuela, solamente se aprende en el campo de los hechos. Actualmente son las calculadoras y computadoras quienes realizan esas operaciones. Ese es el gran mérito de ser campesino.
Es posible que, debido a esa experiencia y temprana enseñanza, mi hermano estudió Contaduría Pública y yo Economía en el Instituto Politécnico Nacional. Eso se lo debemos a mi Padre y para él, hasta la muerte, siempre fuimos su orgullo. Claro en nuestra tierra tenemos varios ejemplos de ese tipo que espero haya oportunidad de mencionarlos.
El espacio no es suficiente para continuar reflexionando el uso de las matemáticas en nuestra infancia, pero sí podemos decir que en toda compraventa, trabajando, jugando y haciendo “los mandados”, conocimos el “metro de Tusor”, el “quintal” de harina, el “canuto de hilo”, la “vara de listón”, “la media de aguardiente”, “la cuarta” y el “jeme” en el juego de “canicas”, el “cuarto de azúcar”, el “nido” de huevos de tortuga, los “trancos” para sembrar el maíz, las “brazadas” para nadar en el rio, el “aguante” de la respiración en las “sambutidas” bajo el agua del rio, los metros alcanzados en las famosas “saltiadas”, medir la altura del vuelo de los históricos “Cocoles”, etc. etc. Hay tanto que recordar y escribir para que la juventud valore lo que tiene; solo falta su voluntad.
Sigamos aprendiendo en el surco de la vida. Vale la pena.