Editorial
De un día a otro, los maestros montaron todo un sistema de educación obligatoria a distancia, sin previa capacitación para continuar con su misión de vida desde casa. Sin que las autoridades los dotaran de material, emprendieron la hazaña con su computadora personal, su internet y su luz eléctrica pagada de sus bolsillas, mientras las autoridades se ahorran todo el gasto de esos servicios de las escuelas. A pesar de las quejas de los padres en todo momento, sin sensibilidad al esfuerzo repentino a que están sometidos, la escuela en la sala de casa nunca termina. Diariamente reciben decenas –sino es que cientos- de mensajes y correos electrónicos para atender grupos por WhatsApp, llamadas, atención personalizada, acercándose a la función tutorial, reuniones en cualquier momento, mensajes de todo orden. Multiplicaron por mucho sus horas de trabajo, pues ahora aclaran las dudas uno a uno, corrigen las tareas una a una, donan más allá del contenido. Un aplauso a los docentes por brindar a la educación, el lugar que le corresponde en esta época de crisis, sin duda alguna, se han convertido en parte de la historia de esta pandemia.