Jonatán estaba listo para salir. Con la mano en el picaporte de la puerta, le gritó a su mamá, quien estaba ocupada en el piso de arriba:
–Mamá, ¿puedo ir a jugar con Máximo, por favor?
–Primero termina tus deberes, luego puedes ir, le respondió ella.
Cosa extraña, el oído del niño solo captó el final de la frase: «Puedes ir». Y se fue a la casa de su amigo… ¿Terminó sus deberes? Para nada, ni siquiera los había comenzado. Sin embargo su madre había utilizado el mismo tono de voz cuando dijo: «Primero termina tus deberes». Pero Jonatán solo prestó oídos a medias, y ¡entendió lo que le convenía! La forma en que comprendió la respuesta fue falseada por su deseo de ir a la casa de su amigo. Hizo bien en pedir permiso, pero desobedeció a su madre…
Cristianos, ¿cómo escuchamos lo que Dios nos dice? A veces solemos elegir los textos bíblicos que nos convienen, evitando aquellos que no encajan en nuestros planes. Como Jonatán, practicamos una «escucha selectiva», a menudo inconscientemente.
Le pedimos a Dios que nos muestre lo que le agrada, pero, ¿estamos siempre dispuestos a escuchar su respuesta, cualquiera que sea? Escuchamos como «a distancia» y comprendemos «lo que nos conviene». En realidad, ya hemos decidido por nuestra cuenta…
Si queremos escuchar bien Su respuesta, comencemos acercándonos a él por medio de la oración. Si buscamos su voluntad con rectitud, él nos la dará a conocer.
No inclinasteis vuestro oído, ni me oísteis
Mirad, pues, cómo oís.
Entonces Samuel dijo (a Dios): Habla, que tu siervo oye.
Texto enviado por Alfredo Bustos Ruiz de la Iglesia Nacional Presbiteriana Conservadora “El Buen Pastor”.
Ubicada en 16 de Septiembre N° 27, en el Centro de Chilpancingo, Gro.