Editorial
Cualquier extranjero que visite nuestro país, se dará cuenta del absurdo en que vivimos. Tan solo basta observar por qué hay tanto tope en las calles, avenidas y hasta carreteras federales. La respuesta es obvia: Pues para que la gente no vaya rápido. Sin embargo, el absurdo comienza al notar que existen letreros de respetar el límite de velocidad, por tanto, si los mexicanos fuéramos sensatos los topes serían innecesarios. Los topes son torpes evidencias de un problema de idiosincrasia nacional. La falta de respeto a los señalamientos de alto y despacio se suple con baches en altorrelieve. Y ese irrespeto a una señal vial es el último eslabón de la cadena del “me vale” que demostramos como sociedad a los mensajes que emiten las autoridades: Velocidad máxima, no estacionarse, no tirar basura, etcétera, etcétera. Lo que evidencia la falta de cultura cívica y el descrédito de la autoridad, sea por corrupción, falta de integridad o inconsistencia en sus acciones.
