Juan 5.1-9
“No tengo quien…”, fue la respuesta que dio un hombre paralítico a Jesús. ¡Estaba decepcionado, agobiado!
Quizás a veces, ante una dificultad, una decepción o una prueba, decimos o pensamos: «No tengo a nadie, no hay quien me ayude, nadie que me comprenda… nadie que me ame». Mediante esta frase podemos expresar nuestra soledad o incluso nuestro rencor hacia los demás, pero reconocemos sobre todo nuestra impotencia: necesitamos ayuda.
Ese paralítico ni siquiera se daba cuenta de que ante él había alguien que quería ayudarle. Como lo hizo con ese hombre, el Señor Jesús está presente para socorrer a los que no tienen a nadie. Cada vez que lo miramos, cada vez que confiamos en Él, no estamos más solos, pues Él desea permanecer con nosotros. En este mundo que nos conduce inevitablemente, un día u otro, a no hallar a nadie que nos comprenda y nos ayude entre los que nos rodean, recordemos que Jesús prometió estar con nosotros todos los días (Mateo 28.20).
El Señor es todopoderoso, nada es imposible para Él, “aun los vientos y la mar le obedecen” (Mateo 8.27). Puede intervenir allí donde cualquier acción humana está condenada al fracaso. Si buscamos alivio, si estamos esperando la respuesta a esta o aquella oración, este pasaje nos muestra que solo Jesús tiene el poder para salvarnos y acompañarnos durante toda nuestra vida.
(Jesús dijo:) He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
Apocalipsis 3.20
Y estaba allí un hombre que hacía 38 años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano?
Juan 5.5-6
Texto enviado por Alfredo Bustos Ruiz de la Iglesia Nacional Presbiteriana Conservadora “El Buen Pastor”.
Ubicada en 16 de Septiembre N° 27, en el Centro de Chilpancingo, Gro.