Editorial
Si algo hemos sufrido como mexicanos, es una severa discriminación de nuestros vecinos del norte y lo mismo hacemos ahora nosotros con los migrantes centroamericanos que se dirigen en caravana a USA. Desde muy niños nos educaron con la necesidad de pertenecer a un grupo social, llámese raza, nacionalidad, familia, etcétera, para darnos valor como individuos. Sin embargo, esto se ha distorsionado ante la creciente ola de movimientos migratorios en el mundo, por lo que la sociedad se recompone, lo mismo que los grupos que la constituyen. El sentido de pertenencia tiene que modificar sus parámetros y encontrar nuevas coincidencias para empatar en un grupo y se sacie esta necesidad de pertenecer. En este proceso existe un periodo de aferrarse a los extremos por miedo al cambio y a quedarse uno desamparado de identidad. La no aceptación genera miedo y se traduce en actitudes de discriminación para diferenciarnos y así proteger nuestro sentido de pertenencia. El miedo al mismo tiempo genera la no aceptación. Seguiremos por un tiempo viviendo en el miedo hasta que se acabe este proceso. “Norteamericano puro”, “Europeo puro”, estas expresiones ya no tienen sentido.