Editorial
A casi de tres meses de la legalización del uso y cultivo de la marihuana con fines recreativos en México, en nuestro país no ha disminuido la violencia como se tenía planeado que pasara. Con esto se reafirma que el hombre posmoderno es cada vez más esclavo de sus pasiones, de sus gustos subjetivos. Prefiere probarlo todo, verlo todo, bajar al fondo de todo, pero no para conocer mejor los resortes personales y buscar una mejoría, sino para divertirse sin restricciones. Esto no es libertad, sino libertinaje. Ya no hay inquietudes culturales ni denuncias ni grandes aspiraciones sociales. Lo interesante es jugar, vivir sin objetivos nobles y humanistas. Éste es el drama de la permisividad: una existencia indiferente, sin aspiraciones, existencia edificada de espaldas a cualquier compromiso trascendente. Nuevos valores que vienen a sustituir a los valores tradicionales de nuestro México, valores sin finalidad y sin proyecto que no sea la progresiva degradación humana.
