Editorial
Lo declarado por el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador si no fuera por la seriedad del tema, que es la acusación por enriquecimiento ilícito contra Ricardo Anaya, movería a la risa. “¿Y yo por qué?, yo no te mandé a que hicieras esas cosas… ¿No te diste cuenta?, ¿pensabas que no iba a suceder nada?”, así respondió el presidente al panista. Por tanto, muchos se han de preguntar si en este País hay delincuentes de primera y de segunda. Unos merecen toda la atención del Gobierno, y los que viven y actúan bajo la hegemonía de complicidades y complacencias de las propias autoridades son intocables. Ejemplo vivo de lo anterior los cientos de casas de Manuel Barttlet y el enriquecimiento inexplicable de la recién destituida funcionaria Irma Eréndira Sandoval Ballesteros. Las “aportaciones” o moches que recibieron los hermanos de López Obrador. Sin duda, los abogados de estos funcionarios de la 4 T han de estar muertos de risa disfrutando del dinero acumulado de forma ilegal, que pudieron llevarse sin que las autoridades pudieran detectarlo a tiempo y, a su vez, detenerlos la FGR.