Editorial
El sistema político mexicano actual está enfermo, padece una enfermedad terminal: la corrupción. Y ésta empieza con los gobiernos que, en simbiosis perversa con los partidos y con camarillas de políticos y negociantes, secuestran la voluntad popular. Esto se manifiesta en las costosas campañas de los partidos, tal como lo veremos el próximo año, en donde se compran y se venden voluntades, lealtades y votos. El Estado mexicano actual está ensimismado con el libre mercado y ha olvidado hacer tareas de alta prioridad: rendir cuentas claras, combatir la inequidad, limpiar el ejercicio de la política y promover la renovación moral de la sociedad para que la democracia política se fortalezca y sea el instrumento para que se alcance el desarrollo económico sostenido y la justicia social y con ello se eleve el nivel y calidad de vida del pueblo. Éstas son tareas que no se han hecho. El Estado mexicano ha permanecido omiso, y su inacción amenaza la paz, el crecimiento económico y social y la viabilidad del País en plena pandemia por el Covid-19.