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EL TAPAQUIAGUE

  • Por Diario Objetivo
  • 21/08/2020
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Por César González Guerrero

Es un orgullo y un deber recordar las costumbres y tradiciones de nuestros pueblos, no importa la distancia del tiempo, y más cuando se trata de asuntos como nuestro lenguaje que lentamente se va perdiendo. Es una situación que no debemos permitir porque con ello también se va nuestra cultura popular.

En todos los pueblos del mundo y por supuesto en México, Guerrero, Costa Chica y Copala, encontramos una serie de palabras o términos que son producto de la cultura, tradición y costumbre de la gente desde hace muchos años y poco a poco la modernidad los va suprimiendo por otras totalmente contrarias a nuestro folklore e identidad nacional y regional. Considero que como parte de nuestro pasado histórico debemos mantener vigente y las escuelas podrían servir para ese propósito.

Hace muchos años, tal vez más de 40, que no se utiliza el término “diluvio”, quizá porque ahora con la modernidad se dice “huracán” o ciclón”; y es que antes del año 1980, fue muy común escuchar entre la población, este término cuando en plena temporada de lluvias la precipitación se caracterizaba por su gran intensidad y duración pluvial que parecía la “perdición” del mundo, según expresaban algunas personas apegadas a la iglesia.

En ese entonces los habitantes de los pueblos del área rural principalmente, esperaban preocupados la temporada de lluvias desde el mes de mayo y antes de su llegada revisaban sus techos de teja o palapa, así como también se abastecían de lo más elemental para comer, inclusive sus terrenos y animales con el propósito de evitar afectaciones a su economía familiar.

En mi tierra Copala, y parece que en toda la región Costa Chica del Estado de Guerrero, hasta 1980 todavía se presentaba en la temporada de lluvias, el “diluvio” que se convertía en un fenómeno que los campesinos le llamaban “Tapaquiague”, mismo que a la fecha ya no se utiliza y cuyo significado etimológico se desconoce pero que se define como presentación de una intensa lluvia con una duración de no menos de 10 días, día y noche.

Tal vez esta denominación cambia en otros municipios o regiones, o épocas, pero si se refiere a una gran cantidad de agua que en varios pueblos es motivo de preocupaciones para la gente y daños materiales para las familias.

Durante ese periodo la población se resguardaba en sus hogares, se detenían todo tipo de actividades, escolares, religiosas y sociales, y los campesinos en su mayoría, dejaban de ir a sus milpas por las inundaciones de sus terrenos y caminos de terracería y otros debido a los daños que las lluvias ocasionaban a sus viviendas, con las llamadas “goteras”.

Desde luego los pequeños aprovechaban algunos momentos en que disminuía la lluvia para jugar en los charcos de agua que se formaban en las calles y que recorrían varios metros de largo, construyendo presas, carreteras y puentes imaginarios. Otros haciendo barcos de papel o de simples materiales de madera. Lo importante era no dejar de hacer volar la imaginación.  Las madres también ocupaban esos espacios para sacar sus ropas y cobijas a un cielo nublado. Los hombres mayores a buscar algo de leña seca para cocer los alimentos escasos y buscar agua para tomar en los diferentes pozos y manantiales a falta del servicio de agua potable.  En ese periodo de lluvias se hizo costumbre tener a la mano los inolvidables candiles. Muy pocas familias  tenían en su poder las linternas o  famosos “focos” de mano muy populares para andar en la obscuridad de las noches.

Fueron muchas las ocasiones en que los pequeños dejaban de asistir a clases debido a que el Tapaquiague no lo permitía. Aun así, en los hogares sus padres no dejaban de enseñarles algunas lecciones o hacer sus tareas.

El Tapaquiague es algo que nos permite reconocer la gran riqueza cultural que significa el lenguaje popular de la Costa Chica, que lentamente se va extinguiendo y que considero muy importante se debe rescatar. Las autoridades tienen la palabra. Veremos.

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