Por César González Guerrero
Hay ocasiones en donde se presenta la oportunidad de dialogar con amistades originarios de otros puntos geográficos del país u otras naciones que desconocen los modismos o regionalismos y cuando expresamos algunos términos “raros” para ellos, regularmente nos sorprenden los gestos de nuestros interlocutores. Más si no son originarios del estado de Guerrero, de la región Costa Chica o del Municipio de Copala. Lo primero que hacen es preguntar ¿qué es eso? A algunos les parece una grosería. Y como ya conocen el lenguaje del costachiquense, unos “mal pesados” sí que se sienten ofendidos. Por ello vale la pena decir que nadie se debe ofender y mucho menos molestar, así somos en la Costa Chica, “mal hablados” pero decente y muy respetuosos; sencillamente los modismos regionales son así y forman parte de una cultura, costumbre y tradición del pueblo, misma que se hace necesario conocer, respetar y difundir esta riqueza que no se debe perder.
Recuerdo que en la familia campesina de hace muchos años, más de 65, utilizábamos una serie de palabras que con el tiempo se han ido perdiendo, sobre todo con nosotros que de alguna manera salimos a estudiar a las ciudades de Acapulco, Distrito Federal, etc., de tal manera que al regreso a nuestra tierra ya no se consideraba correcto hablar como lo hacíamos antes. De entrada, perdimos la “J” y descubrimos la “S”, y por ese simple hecho ya nos consideraban “físicos”. Y como ya se imaginarán éramos la burla de nuestros paisanos por no hablar como ellos. Por supuesto en las escuelas del nivel secundaria, vocacional (en mi caso) y superior, también se burlaban por hablar sin la “S”, o simplemente por utilizar palabras totalmente desconocidas como “pasque”, “puej”, “chandera”, “machucar”, “pachaquil”, “corrida”, “juste”, “machinguepa”, solo por ejemplificar, pero existen miles de expresiones de este tipo.
Hoy quiero recordar un término que tal vez para alguien si sea conocido y considero conveniente compartir, me refiero al Bajareque; sí a ese jacal que muchos tuvimos la fortuna de formar parte elemental en nuestra niñez. Esa vivienda, hogar o casa que nos vio nacer, porque en los años 1950-1960, aun no se conocían (o eran escasas) las viviendas de teja, adobe, tabique, cemento o mansiones que hoy disfrutamos. Nacer y vivir en un Bajareque, ahora lo podemos decir, es un orgullo y lo es más si fue construido con nuestro infantil esfuerzo, sudor y lágrimas, con nuestras propias manos apoyando a nuestro padre, cortando, acarreando y colocando la “palapa” y su respectiva “vena de palapa”; cortando “horcones” y “bejucos” para su construcción; son tiempos inolvidables.
Ahora, 65 años después, buscamos un Bajareque y no se encuentra, tratamos de hallar ese lugar en donde habitar y revivir los tiempos de la infancia, pero ya no existen. Ese espacio histórico con piso de tierra-lodo fresco y olor húmedo, nos enseñó a convivir con todo tipo de inclemencias naturales, animales e insectos, como alacranes, culebras, arañas, sancudos, y con candil a falta de energía eléctrica, y todo normal; hoy vivir así es horrible, por no decir imposible. Pero una cosa si es cierto, vivir en un bajareque en aquella época fue lo mejor de la vida. Al menos fue mejor que vivir debajo de un “palo de zazanil”, “paraíso” u otro. Y mucho mejor que vivir debajo de una “ramada”.
Que hermosos fueron y siguen siendo los Bajareques. Aunque ahora modernos y con todas las comodidades. Valió la pena esa inolvidable experiencia. Rescatemos ese tipo de vivienda popular. Los Bajareques siguen siendo la esencia de nuestra cultura habitacional campesina. Saludos paisanos. Esperamos salir bien librados de esta pandemia.