Editorial
La corrupción es considerada un “hábito cultural del mexicano”, pues, desgraciadamente, somos la sociedad quienes la hemos promovido. Conducimos y hablamos por teléfono o enviamos mensajes, nos pasamos los semáforos en rojo, nos estacionamos en lugar prohibido, excedemos la velocidad permitida; no están vigentes nuestros documentos. También en nuestros empleos procuramos ayudar a los amigos o compadres, tal como lo hacen los políticos. Nos molesta lo que sucede, pero es muy común escuchar: “Aunque no me des, solo ponme donde hay”, y esto no sólo lo dicen los políticos, lo dicen contratistas, vendedores, dueños de negocios, compradores, empresarios y otros mexicanos. Como diría hace muchos años Álvaro Obregón: “Nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos”. Si queremos reformar nuestro País tenemos que cambiar primero nosotros y así irrigar a nuestra familia y sociedad valores y principios éticos y morales. Lo más simple y valioso es respetar las leyes, nos enorgullecerá y entonces podremos exigir a los demás el respeto a las mismas.