Editorial
Seguimos en franca autoflagelación diciendo que México es el país más corrupto del mundo, como si esto fuera casualidad o la mala suerte lo ocasionara. Olvidamos que para que haya corrupción se necesitan dos partes, y una de ellas siempre es un ciudadano. Basta remitirnos a la deficiente aplicación de las leyes y reglamentos, que quedan en manos de policías o jueces dispuestos a corromperse por tener más dinero. Los resultados de varias encuestas son solo muestra, como el 60 % que ve poco o nulo el éxito contra la corrupción. Según los datos, señalan que el 61 % cree que el gobierno de la Cuarta Transformación permitirá reducir el problema, pero para tener mejores resultados hay que trabajar en sectores estratégicos, sobre todo y en principio en el propio Congreso de la Unión, donde los legisladores solo rinden las cuentas que quieren. Un ejemplo de un asunto grave es el de las agencias del Ministerio Público, en donde los impartidores de justicia ponen a ésta en manos del mejor postor.