Editorial
Desde la época de partido hegemónico y prácticamente único, me refiero al PRI antes de 1988, no había habido un carro completo tan claro. Morena ganó la Presidencia de la República con 53% de la votación y cuenta con la mayoría en el Legislativo, al menos 69 senadores, más de la mitad, y 310 diputaciones. Así, el equilibrio de poderes quedó comprometido, máxime porque Morena cuenta con el apoyo de 17 congresos locales y esto quiere decir que sería facilísimo hacer una reforma constitucional, como en los tiempos del sistema político posrevolucionario clásico: la iniciativa sale del Ejecutivo o de la bancada de Morena, es aprobada por mayoría calificada, gracias a la alianza con algunos diputados de la chiquillada; en el Senado sucede lo mismo con la revisión: se aprueba, pasa a las legislaturas locales y en menos de un mes, cualquier cambio constitucional sería posible, con todo lo que ello pudiese significar. No cabe duda que la elección del 1 de julio desactivó los pesos y contrapesos y colocó al sistema a merced de las decisiones presidenciales.