Cada tarde la enfermera contaba una historia bíblica a los niños de las calles de una ciudad africana; luego les servía una comida sencilla. Pero, ¿dónde estaba Paki aquella tarde? ¿Por qué no estaba sentado con los demás niños alrededor del fuego? El día anterior había robado unas naranjas en el jardín del hospital, y al escalar el muro se había lastimado un pie. ¡Tal vez la enfermera lo había visto! Aquella tarde se sentó lejos, detrás de un árbol, y desde allí escuchó la historia bíblica. Sin embargo, ¡cómo le hubiese gustado estar junto a los demás, a la luz y al calor del fuego!
Cuando la historia terminó, de la cocina llegaron platos humeantes con arroz. Los niños comían felices. ¡Paki no sabía qué hacer! Desde que había robado las naranjas no había comido nada. ¿Debía quedarse en aquel lugar oscuro, o aventurarse a salir a la luz? Después de un momento de lucha interior, se levantó y fue cojeando hasta el fuego.
«¡Ven rápido Paki, pronto las ollas estarán vacías!», le dijo la enfermera mientras le daba un plato de arroz.
Cuando los demás niños se fueron, ella tomó a Paki por la mano, le curó la herida y habló con él. Le preguntó qué le había sucedido, y Paki le confesó que había robado. La enfermera le perdonó de todo corazón, y el niño dejó el hospital muy feliz. Aprendió que ante la luz todos los pecados son visibles, pero también que, al confesarlos y reconocerlos, pueden ser perdonados. ¡Qué contento estaba por no haberse quedado en la oscuridad!
Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonarnos (1 Juan 1.9).
(Jesús dijo:) Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida.
Juan 8.12
Texto enviado por Alfredo Bustos Ruiz de la Iglesia Nacional Presbiteriana Conservadora “El Buen Pastor”.
Ubicada en 16 de Septiembre N° 27, en el Centro de Chilpancingo, Gro.