Editorial
Durante muchísimos años ha sido común la impunidad de la clase política y de toda clase de funcionarios. La novedad es la impunidad de los delincuentes comunes que, aun siendo detenidos en flagrancia una y otra vez, más tardan en entrar por una puerta, que en salir por otra. Nuestro sistema de justicia se ha convertido en una puerta de carrusel por donde los delincuentes entran y salen a su antojo. Hay cientos de casos en que misteriosamente los delincuentes salen en unos días aun siendo reincidentes y por crímenes por los que deberían pasar años en la cárcel. Muchos culpan al nuevo sistema de justicia, pero más bien es la corrupción generalizada del poder judicial. Ahora que entrará en funciones López Obrador urge una limpia, una reforma que de verdad castigue la corrupción de los que deberían aplicar la ley. Es una tarea pendiente para el Gobierno y los legisladores entrantes si de verdad pretenden bajar los índices de corrupción, delincuencia y violencia.