Texto enviado por Alfredo Bustos Ruiz de la Iglesia Nacional Presbiteriana Conservadora “El Buen Pastor”.
Ubicada en 16 de Septiembre N° 27, en el Centro de Chilpancingo, Gro.
Los diez mandamientos tienen algo impresionante, majestuoso. Pero, ¿qué aplicación podemos hacer en nuestra vida personal? Cada uno de ellos nos interpela, alcanza nuestra conciencia, sondea nuestro corazón. “Los juicios del Señor son verdad, todos justos” (Salmo 19.9). Nos muestran lo que somos en lo más profundo de nosotros mismos. Dios examina nuestro estado interior. “Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4.13).
Ante esta constatación, Dios no nos disculpa. Al contrario, afirma que no considera inocente al culpable, y que “la paga del pecado es muerte”. ¡El juicio debe ser ejecutado! ¿Qué hacer entonces? Abandonados a nosotros mismos, no tenemos solución para ser salvos.
Pero la Biblia nos dice que Dios intervino con bondad para hacer lo que nosotros éramos incapaces de hacer. Somos juzgados por la Ley y declarados culpables, pero Dios envió a su Hijo Jesús, quien respondió perfectamente a las exigencias de la Ley. Y mucho más aún, pues como único substituto murió en nuestro lugar para llevar el castigo que nosotros merecíamos. El que se arrepiente de sus pecados y cree en Jesucristo como Salvador de su alma, ya no está bajo la condenación de Dios, mas está revestido de la justicia divina. Dios ya no nos pide que obtengamos la justicia mediante nuestras obras. Gracias a la obra perfecta de Cristo recibimos la vida eterna, y Dios nos hace capaces de amarlo y de amarnos unos a otros como Cristo nos amó: “El cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13.8-10; Juan 13.34).
La paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
Romanos 6.23
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.
Romanos 8.1