A menudo oímos decir que cada uno actúa según su conciencia, esa voz interior que nos dice que algo está bien o está mal, si algo es falso o es justo. Podemos comparar la conciencia a una balanza con dos platillos que nos indica si dos objetos tienen el mismo peso. Esta clase de balanza no garantiza la exactitud del peso de referencia. Del mismo modo la conciencia determina sus juicios, sus evaluaciones, con respecto a referencias que no siempre son buenas.
La conciencia es una facultad mental, como la vista es una facultad del ojo. Como el ojo no puede distinguir nada sin luz, la conciencia necesita la luz de Dios para tener un discernimiento justo. La luz es independiente del ojo; ella hace que el ojo pueda ver.
La conciencia forma parte del hombre, pero la conciencia de lo que es verdadero y justo viene de Dios.
¿Cómo podemos tener acceso a este conocimiento? Por medio de la Biblia, la Palabra de Dios, que nos presenta especialmente a Jesús, el Hijo de Dios, quien vino a la tierra para dar a conocer de forma viva los caracteres de Dios: verdad, justicia, santidad, bondad, compasión, misericordia, amor… Jesús los encarnó perfectamente porque es Dios. Él mismo declaró: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Dios). “Yo soy la luz del mundo” (Juan 14.9; 8.12).
Ubiquémonos bajo esta luz; tomemos siempre la Biblia como referencia (regla). Entonces nuestra conciencia nos indicará la buena dirección.
Todas las cosas son limpias a los limpios, más a los contaminados e infieles nada es limpio; antes su alma y conciencia están contaminadas.
Tito 1.15
Y hablóles Jesús otra vez, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida.
Juan 8.12
Texto enviado por Alfredo Bustos Ruiz de la Iglesia Nacional Presbiteriana Conservadora “El Buen Pastor”.
Ubicada en 16 de Septiembre N° 27, en el Centro de Chilpancingo, Gro.