Por César González Guerrero
En México, y tal vez en otros países también, existen normas, leyes y reglamentos que en ocasiones se desconocen, pero se tienen que cumplir. Lo importante de ello es que sirven para ser mejores ciudadanos al servicio del pueblo. Tal es el caso del Reglamento de la Ley del Servicio Militar Nacional que, a partir del 8 de septiembre del año 1942, siendo Presidente de México el Gral. Manuel Ávila Camacho (1940-1946), establece que todos los mexicanos que cumplen los 18 años deberán recibir obligatoriamente los conocimientos básicos del adiestramiento militar para formar parte de la reserva del Ejercito Mexicano.
En mi tierra Copala, como en muchos pueblos rurales de los años 40, 50, 60 y hasta 1970, desde muy pequeños observábamos como los jóvenes de ese tiempo lucían sus uniformes tipo militar, portando armas de menor calibre, como parte del aprendizaje que se debía adquirir cada 8 días. De preferencia los días domingos de 6 a 12 del día. Ahora tal parece que han cambiado la estrategia de reclutamiento y enseñanza.
En aquellos tiempos los Conscriptos eran famosos por sus actividades de servicio social, realizando eventos de apoyo a la comunidad, trabajos de limpieza en las calles, asistencia a eventos cívicos, haciendo demostraciones de las habilidades y destrezas aprendidas. Ser Conscripto era un orgullo y el pueblo los admiraba como si fueran soldados del Ejército Nacional. Su porte y comportamiento eran ejemplar en la comunidad.
Sus prácticas se realizaban en la antigua cancha municipal de Copala, en la explanada localizada frente al viejo ayuntamiento y bajo los frondosos árboles
que adornaban la histórica Plaza Cívica. Espacios de terracería que al ritmo de los ejercicios levantaban el polvo como consecuencia de la fuerza que ordenaban los instructores. Quienes vivieron esa experiencia quizá hasta 1970, seguro lo recuerdan.
Así se forjaron la mayoría de nuestros antepasados y muy pocos de nuestra generación. La disciplina, lealtad, respeto, la fuerza física, el conocimiento de nuestro origen, el amor a la patria, a nuestras instituciones, a nuestra familia y a nuestros semejantes crearon hombres y mujeres leales y muy responsables de nuestros actos. Había calidad moral y espiritual. Había principios y valores que, lamentablemente a esta fecha se están perdiendo.
Entre tantos asuntos mi padre me comentó (y me heredó fotos y documentos), que a la edad de 21 años, él como “Remiso” hizo su Servicio Militar Nacional en Copala y dadas sus virtudes físicas le fue conferido el cargo de Subteniente e Instructor del Grupo de jóvenes conscriptos entre los que recordaba a Rufino Figueroa Oliva, Cleofas Pérez Nava y Francisco Torres mejor conocido con el apodo de “La Coneja”.
Posteriormente, le fue asignado el nombramiento de Miembro de la Junta Municipal de Reclutamiento, gracias a la confianza que le otorgó el Teniente José Calderón que fungía como Comandante en Copala. En ese tiempo el Presidente Municipal era el señor Justino “Tino” Damián Méndez (1950-1951).
A mí en lo personal me correspondió realizar mi Servicio Militar Nacional en un espacio del Casco de Santo Tomas, de la Ciudad de México, tal vez porque en ese entonces estaba estudiando en la Escuela Superior de Economía del Instituto Politécnico Nacional.
Es urgente rescatar este ejemplo de educación cívica-militar para que la generación del siglo XXI fortalezca los valores patrios, cívicos y morales. Ya veremos.