Editorial
Si el objetivo principal de un político o un servidor público es el poder, ¿qué le da más fuerza? ¿Tener la autoridad para vigilar que se cumpla la ley o tener la autoridad para incumplir la ley? He ahí la respuesta de por qué tanta corrupción. Desata la pregunta, luego de que el excandidato presidencial del PAN, Ricardo Anaya Cortés fuera acusado por la FGE por enriquecimiento ilícito y defendido a capa y espada por sus compañeros de partido, con lo que vemos una vez más que en este partido la “lealtad” es a prueba de todo, no importa cuánto dañen sus correligionarios al País. Los mismos sucede contra los priistas y morenistas que han sido señalados de corrupción y siguen impunes. Sin duda, esta gente no pertenece a México, pertenece a un “selecto grupo” donde la impunidad, el compadrazgo, el encubrimiento, la total desvergüenza son sus “códigos de lealtad”; es un grupo cerrado y siniestro que ha sabido permanecer en el poder gracias a su eficiente y maquiavélica maquinaria. Lástima que tampoco podamos voltear a ver otro partido político, pues todos están llenos de los mismos vicios.
