Editorial
Resulta absurdo que en México el gobernar sea un empleo que no requiera examen de conocimientos, título universitario ni constancia de desempeño. Esta situación nos ha traído trágicas consecuencias que están a la vista de todos, con funcionarios públicos retrógradas, improvisando gobiernos, Además, los patriarcas políticos tienen facultades para borrar cuatro de cada cinco promesas y derribar la mitad de lo que existe. También pueden ignorar los reclamos ciudadanos o invalidar cualquier veredicto de la prensa. La ley les asigna guardaespaldas, asesores y fotógrafo de cabecera. La cámara digital desparrama sus poses y sonrisas menos espontáneas. Cuando rinden cuentas al pueblo, cada célebre funcionario califica su propia labor desde excelente hasta divina. Si algo sale mal, los números rojos se adjudican a los pobres iletrados, a las bandas delictivas y al eterno zangoloteo de los mercados.