Editorial
Es muy triste e indignante que Acapulco sea cada día más hostil con el ser humano. Además del ruido y la suciedad, quienes ahí viven están siendo privados de los más elementales derechos, como el de salir a la calle sin peligro. Ni siquiera es por la violencia. El solo hecho de ser peatón e intentar cruzar una calle por el paso peatonal es un peligro. Los automovilistas particulares y transportistas no ven ni oyen nada: enfrascados en su celular, en su música o en su prepotencia, ignoran los pasos peatonales, dan vueltas prohibidas, aceleran en sentido contrario. Los peatones sobreviven con los pelos de punta. ¿Qué clase de ciudad es ésta? En ciudades civilizadas se respetan los pasos peatonales y se multa a quienes violan el reglamento de tránsito. Pero ahí no se respeta nada. El gobierno de la ciudad haría bien en mejorar banquetas, hacer puentes peatonales y pasos para personas con discapacidad, así educar a los automovilistas y multarlos si hace falta. También es urgente que quienes circulen en auto o camión tomen conciencia de que la calle no es suya ni son los únicos entes en el universo. Caminar es una necesidad, no sólo un derecho.
