Texto enviado por Alfredo Bustos Ruiz de la Iglesia Nacional Presbiteriana Conservadora “El Buen Pastor”.
Ubicada en 16 de Septiembre N° 27, en el Centro de Chilpancingo, Gro.
En el momento de dar su vida, aquel que es la fuente de toda vida estaba clavado en una cruz. Allí Jesús, mediante su muerte, logró una victoria definitiva sobre la muerte, para dar la vida eterna a todos los que creen.
Jesús entró voluntariamente en la muerte, y lo hizo por amor. En efecto, él dijo: “Yo pongo mi vida… Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo” (Juan 10.17-18). Sufrió por amor; vino para dar la vida, pero una vida en abundancia (Juan 10.10). Y en este camino fue necesario el sacrificio de su propia vida. El “Autor de la vida” (Hechos 3.15) sufrió la muerte para que nosotros pudiésemos tener la vida.
Jesús experimentó la muerte porque el pecado nos impedía el acceso a la vida eterna. Él, el único justo, llevó “nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2.24). Llevó sobre sí mismo el juicio que merecíamos: “fue herido” en nuestro lugar (Isaías 53.8).
A la luz de la cruz descubrimos la gravedad del pecado. “Cristo fue muerto por nuestros pecados” (1 Corintios 15.3). Pero también tomamos conciencia de la inmensidad del amor de Dios, que nos dio a su Hijo único para expiar nuestros pecados. En la cruz, la santidad de Dios y su amor se revelan en toda su plenitud.
Mediante su muerte y su resurrección, Jesús anuló la muerte y triunfó sobre el diablo. A cambio nos dio una esperanza. ¡Así es el misterio y la belleza del Evangelio!
… Para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo.
Hebreos 2.14
Nuestro Salvador Jesucristo… quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio.
2 Timoteo 1.10