Texto enviado por Alfredo Bustos Ruiz de la Iglesia Nacional Presbiteriana Conservadora “El Buen Pastor”.
Ubicada en 16 de Septiembre N° 27, en el Centro de Chilpancingo, Gro.
«Siempre amé la verdad, nos contó Nicole. Desde que tengo memoria, la buscaba. En mi adolescencia esta búsqueda se transformó en una sed insaciable. ¿Cómo apaciguarla? Me volví hacia la filosofía y la sicología. Sin embargo, fue decepcionante: terminé mis estudios y no encontré la verdad. Todo me parecía relativo y triste. No creía más en Dios, la vida me parecía vacía y absurda.
Fue entonces cuando una colega cristiana me manifestó su amistad. Ella había notado mi tristeza, y tener contacto con ella me hizo bien. Poco a poco mi ateísmo tambaleó. La oración y la lectura de la Biblia (el Antiguo Testamento, porque soy judía) se convirtieron en la mano tendida para mí. Una mano que me sacó de las tinieblas para conducirme a una luz llena de esperanza.
Sin embargo el nombre de Jesucristo me detenía. ¿Podía ser Él el Mesías anunciado? Finalmente decidí leer también el Nuevo Testamento. Mi razón se negaba a creer la menor frase. Durante horas llamé a Dios pidiéndole socorro. De repente dos palabras penetraron profundamente en mi alma: Jesucristo, la verdad. No era un sistema filosófico, ni una religión, sino una persona.
Por primera vez en mi vida oré en el nombre de Jesús, el Hijo de Dios. Nunca olvidaré la luz, el gozo y la paz que penetraron en mí ser. Acababa de hallar la entrada a la casa de mi Padre, de mi Dios, para nunca más dejarla».
Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida” (Juan 8.12).
Jesús le dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí.
Juan 14:6
Para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad.
Juan 18.37